Para los beocios como yo, siempre resultó difícil comprender esa teoría económica que afirma que el dinero non centra nulla como dicen en Italia, ne fait rien à l’affaire como dijeron en Francia, it doesn’t matter como dirán en Inglaterra, o simplemente vale callampa como diríamos en Chile.

La teoría económica te explica que “el dinero no es sino un velo tras el cual tienen lugar los intercambios económicos reales”, y que su existencia (o su inexistencia) no tiene la menor importancia visto que no influencia en nada la marcha de los mercados, aunque el velo tienda a justamente eso: a velar, ocultar, disimular o encubrir la muy filantrópica actividad que consiste en vender o en comprar alguna vaina.

De ahí que uno no comprenda la diarrea emisora de los bancos centrales. Si el vil billete no es sino una suerte de filtro en plan Photoshop, si de cara a la benéfica actividad de los mercados no aporta un cuesco… ¿Qué coños hacen emitiendo euros y dólares –en veux-tu en voilà, de eso que no falte– como si hubiesen?

Uno, que es buen público, se había quedado pegado en las misericordiosas teorías de Milton Friedman, –un weón divertido y dicharachero si no cuentas su desmedida afición por los dictadores que le permitieron poner en práctica sus elucubraciones como Hitler permitió las de Mengele–, que, explicadas por su propio autor, decían lo que sigue:

“La inflación es siempre y en todos los sitios un fenómeno monetario en el sentido que es, y puede ser producido solo por un más rápido incremento de la cantidad de moneda que de la producción. (…) Un constante y moderado aumento de la masa monetaria puede suministrar un marco operacional en el que un país puede obtener poca inflación y mucho crecimiento”. (Milton Friedman, The Counter-Revolution in Monetary Theory – 1970).

Ahora, Recuerde el alma dormida, avive el seso y despierte para explicarme cómo es que los más recalcitrantes defensores de estas teorías, –tengo el honor, el placer y la ventaja de interpelar a los neoliberales–, hacen exactamente lo contrario.

La crisis que comenzó en el verano boreal de 2007 –llamada de los créditos subprime– vio a los bancos centrales de los EEUU y de la Unión Europea emitir dólares y euros como si los cagasen. Las emisiones se contaron en billones (tú, que eres un poquillo asopado, entiéndelo en el sentido hispano, o sea millones de millones) generando una masa de liquidez nunca vista, y mira que hemos visto cosas, ¿Eh?

Que esa masa de liquidez sirviese sobre todo para salvar a los bancos privados, dejando morir a los pringaos, es lo que en inglés, isn’t it?, llamamos an ancillary phenomenon, un fenómeno ancilario, secundario, peccata minuta, deja de incordiar, sácate el sombrero y saluda.

En manos de los bancos, esas masas inimaginables de billete sirvieron principalmente para iniciar el inflamiento de otra burbuja bursátil que estaba en todo su esplendor cuando el coronavirus de los cojones llegó a fastidiar.

Y también, accesoriamente, para alimentar de modo alucinante la deuda agregada, esa que –te recuerdo de pasada– es la deuda soberana sumada a la deuda privada, úsease la de las empresas privadas y la de los hogares. Justo para tus archivos te recuerdo que esta última, la deuda privada, representa en Chile la nadería de dos veces el PIB anual, y me estoy quedando corto.

Lo que no fue óbice u obstáculo para que la FED (el banco central de los amerloks) y el BCE (el banco central de los vasallos europeos) usasen una vez más “la herramienta no convencional” que consiste en hacer funcionar las imprentas. Henos aquí, once again, con emisiones de billones de euros y dólares sacados de la nada, un crecimiento de la masa monetaria ante la cual la caída de la producción de bienes y servicios palidece, desfallece, estertora (permíteme este barbarismo: en Shile solemos usar como verbo más de algún sustantivo en abierta ruptura con las reglas gramaticales y sintácticas).

Justo ahora que la paralización masiva de la actividad económica reduce significativamente la producción de bienes y servicios, he aquí que la masa de dinero disponible para comprarlos aumenta de manera exponencial.

Milton Friedman, si nos hubiese hecho la afrenta de seguir vivo, estaría encantado. Milton, may I call you Milton?, solía decir –no me canso de repetirlo– que los EEUU no le deben nada a nadie visto que la deuda está expresada en dólares y los dólares… “los fabricamos nosotros”.

Llegó precisamente la hora de la fabricación de dólares en cantidades industriales: los sucesivos relajos monetarios –Quantitative Easing en la jerga de la FED– que salvaron el sistema financiero de la crisis de los subprimes son una alpargata vieja al lado de lo que vemos ahora. Todo dios emite dólares: el Tesoro, la FED, los Estados federales, la banca privada…

En la práctica la FED se transforma en garante de todas las deudas, eliminando de una plumada el «riesgo» sobre el que reposa el capitalismo. Alucinante…

Francia, en un abrir y cerrar de ojos, pasó de un Plan de 45 mil millones de euros a otro de 100 mil millones de euros. España, el doble. La Unión Europea, renuentemente, se puso de acuerdo en un Plan de 500 mil millones de euros, sin contar los billones emitidos hasta ahora “para darle liquidez a los mercados financieros” que no saben qué hacer con tanta plata si no es seguir especulando.

Para evitar una caída de un 1% del PIB el BCE emitió dos billones de euros en los dos últimos años (puestos a disposición de la banca privada). Ahora, para hacerle frente a una caída efectiva del PIB de un 6% propone un Plan de 500 mil millones, una miseria.

A estas alturas servidor se pregunta… ¿Qué decía Milton Friedman?

“La inflación es siempre y en todos los sitios un fenómeno monetario en el sentido que es, y puede ser producido solo por un más rápido incremento de la cantidad de moneda que de la producción.”

Por la inflación no te inquietes: hará falta un puñao para pasar la esponja en esta deuda contraída a desgano. Deuda que, –si le creemos a los “expertos”–, debiese pagar “el relance de la actividad económica una vez terminada la crisis del coronavirus”. Antes de la crisis sanitaria el mundo ya se hundía bajo el peso de la deuda agregada… que nadie, ¿entiendes?, nadie podía pagar. Si sumas la deuda que se genera ahora… ni tirando billetes desde un helicóptero (los billetes que caen desde un helicóptero… otra chorrada de la teoría neoliberal…). Algo me dice que, para variar, intentarán hacerle pagar toda la deuda a los pringaos. Prevenido quedas.

La teoría monetaria, he ahí pues otro dogma, otra verdad revelada, otro misterio gozoso (estamos en semana santa…), otro de los más preciados teoremas de la teoría económica, qui part en couille (*) con el perdón.

Digo otro, porque tres conceptos cardinales del neoliberalismo ya la palmaron, se fueron al valle de las pirinolas, pasaron el arma a la izquierda, apagaron las farolas.

Individualismo

La vida social se resume a los intercambios económicos, nos dijeron.

La solidaridad, la res pública, la voluntad general, el interés general, la sociedad misma… no existen. Solo existe el individuo y sus intereses particulares que fundan la teoría económica (el egoísmo elevado a la categoría de demiurgo de la felicidad en la Tierra…), y por vía de consecuencia la realidad económica. Los individuos compiten por el control de su entorno, incluyendo a quienes se encuentran dentro. Margaret Thatcher consagró ese mantra en el año 1987 cuando declaró:

“Y, ¿sabe Ud.?, la sociedad no existe. Hay hombres y mujeres individuales, y hay familias. Ningún gobierno puede hacer nada, sino a través de la gente, y la gente debe cuidarse, primero que nada, a sí misma.” (Entrevista en Women’s Own – 1987).

Eso es lo que enseñan (el corrector ortográfico había puesto, muy justamente, “ensañan”…) a partir de la educación primaria en el campo de flores bordado. El individualismo, la competencia, el dominio sobre los demás.

Y he aquí que la lucha contra el coronavirus necesita del prójimo, de ese que arriesga su vida para cuidar de ti. Personal de limpieza, basureros, trabajadores sanitarios, enfermeras, médicos, laboratoristas, investigadores, conductores de ambulancias, choferes de transporte de alimentos frescos, cajeras de supermercado, administradores públicos, policías… en una palabra, ‘del personal’.

El héroe común se identifica a Romeo, ese niño de 14 años del 13er distrito de París, que gracias a su inteligencia y a tres impresoras 3D fabricó mascarillas para el vecino Hôpital des Peupliers: Romeo supo que, falto de material sanitario, el establecimiento buscaba 250 mascarillas. Romeo las fabricó y las llevó. Curiosamente no pensó que se trataba de “una oportunidad de negocio”.

El héroe común se presenta bajo la indumentaria del señor que recoge la basura cada martes en mi aldea. Y que junto a sus compañeros de trabajo evita otras calamidades, poniendo en juego su propio pellejo por un salario de mierda.

El héroe común tiene la pinta del marinero retirado (lo que en realidad es), que cada sábado viene hasta la aldea a vender pescados y mariscos frescos que, vaya uno a saber cómo, hace venir directamente desde la isla de Oléron en Bretaña. “La población no puede vivir sin esos productos”, dice, “ni tampoco los pescadores bretones”. “Ni yo”… agrega, antes de comunicarte el precio, ridículo, de cada producto: peces pescados “a la línea” (con caña, hilo y anzuelo, no con redes), excelentes ostras afinadas 8 meses en mallas que contienen solo 5 ostras por m2… La excelencia culinaria a precio de huevo: “Estamos todos en el mismo barco”, anuncia, y sabe de qué habla, él que trabajó años en las islas Kerguelen, a 5.000 km al sur de Ciudad del Cabo y a 2.000 km de la Antártida, exactamente in the middle of nowhere… Vete a contarle del individualismo a él, que está vivo gracias al compañerismo de las tripulaciones de avezados navegadores de las que formó parte.

El héroe común se viste con el uniforme de los bomberos que, pase lo pase, y a la hora que sea, vienen a buscarte en caso de emergencia sanitaria, para llevarte al hospital más cercano. A su regreso deben bañarse, cambiarse de ropa, desinfectar sus vehículos y lavarlos más de una vez para no correr riesgos. ¿Individualismo? ¿Tú sabes cuanto gana un bombero?

Los investigadores que trabajan día y noche en los laboratorios para encontrar un tratamiento o una vacuna, palpan salarios que superan raramente los dos mil euros al mes (menos de 2 millones de pesos). Y se codean con la muerte todo el día. Para salvar vidas de personas que nunca conocieron, ni conocerán jamás.

¿Individualismo?

Hasta la muy pedestre Karla Rubilar lo condena. Refiriéndose al incumplimiento de las medidas de restricción de desplazamientos por causa del coronavirus, exclamó:

“Me parece de los casos más egoístas y brutales de individualismo que estamos viendo.”

Si ella lo dice…

Mercado

Hace algunos años un genio francés que pasa por intelectual solía ofrecerle cátedra al mundo. Profético, anunciaba:

“La victoria del mercado es irreversible, y los sectores que le resisten terminarán por someterse”. (Alain Minc – “La mundialización feliz”).

Por lo menos el término “someterse” fue bien elegido. Eso es lo que nos espera: la sumisión.

Sin embargo el libre mercado murió como la URSS: sin tirar un tiro en su defensa. La libre competencia, que trona desde lo alto del zócalo de la Ley de la Oferta y la Demanda, imponiendo la dura pero justa ley del mercado… desapareció en combate. Las grandes empresas, que Schumpeter hubiese dejado morir despiadadamente, corren a pedirle plata al Estado, más precisamente a los Estados.

El dogma que decía “La participación del Estado en la economía es contraproducente…” hizo mutis por el foro, a menos que no sea por el forro. Las grandes potencias saben que a río revuelto ganancia de pescadores. Existe lo que los yanquis llaman “predatory credits, predatory buyers, predatory would be partners”. Dicho en cristiano, lobos con piel de oveja que –repletos de cash– prestan dinero en condiciones leoninas, o compran activos a precio de huevo. De ese modo se concentran aun más los capitales. Peor aun… sectores enteros de la industria pueden caer en manos no deseadas. Chinas por ejemplo.

Que algunos miles de currantes pierdan la vida… no le quita el sueño a nadie. Pero perder el control del juguete, eso, es impensable. De modo que la libre competencia sin trabas ni distorsiones, ese pijotero principio que figura –a pesar del rechazo de los ciudadanos– en la Constitución de la Unión Europea… sale sobrando.

Bruselas, ¡Bruselas!, se corta las venas. Según titulan las gacetas:

“Bruselas permitirá a los países rescatar empresas en apuros con capital público”.

¿Novedad? ¡Qué va! En octubre de 2008 –en plena crisis de los subprimes– los EEUU lanzaron el TARP (troubled asset relief program) que le permitió a la FED comprar activos podridos para salvar las grandes empresas y los bancos yanquis.

En Chile, un defensor de las causas perdidas, un ‘progresista’ llamado Alejandro Micco, se refirió al nuevo paquete económico del gobierno de Piñera afirmando:

“Puede ser necesario que tenga que haber un apoyo a empresas más grandes.» No… ¿en serio?

El dinero para eso nunca faltó. Puede faltar para la Salud, para la Educación, para la Previsión, para los millones de trabajadores sin empleo. Para las multinacionales nunca. Para salvar al riquerío… ¡jamás!

Ahora, los ejecutivos de las grandes empresas se regodean: pueden elegir entre la nacionalización (muy temporaria) de sus empresas, o bien un crédito con aval del Estado a muy bajas tasas de interés, con un largo periodo de gracia y un plazo largo y revisable –uno nunca sabe– de reembolso.

La nacionalización tiene una ventaja mayor: de ese modo se socializan las pérdidas y, apenas la empresa vuelve a hacer beneficios, la reprivatizan. Método en el que un tal Felipe González se ganó las jinetas de servidumbre a la orden, y le permitió a los bancos españoles salir de un mal paso memorable, antes de hundirse nuevamente durante la crisis de los subprimes. Hasta ahora, la banca española le debe al Estado más de 65 mil millones de euros que nadie reclama.

¿Libre mercado? ¿Libre competencia? ¿Porqué te ríes? Tal vez porque piensas que la Ley de la Oferta y la Demanda se suspende durante las crisis…

La teoría económica siempre ha intentado vestirse con los perendengues de las ciencias duras. Copia incluso hasta la jerga, amén de algunas virguerías matemáticas.

¿Puedes imaginar que en medio de una crisis cósmica… por ejemplo la explosión de una supernova… pudiesen suspenderse las leyes de la Física? Por motivo de crisis cósmica se suspende la ley de la gravedad universal hasta nuevo aviso. En razón de la desaparición de una estrella en un agujero negro la velocidad de la luz pasa a tener el valor que nos salga de los cojones y se deroga, sine die, eso de E = mC2.

Así son las leyes, teoremas y axiomas de la teoría económica: según el día, ceteris paribus, puede llover para arriba. Pero a nosotros, el personal, siempre nos llueve sobre mojado.

El coronavirus deja al libre mercado como lo que es: una estafa destinada a mantener el statu quo, el dominio de una casta privilegiada que puede hacer lo que quiera porque es ella la que redacta e impone las leyes.

A estas alturas, pregúntate cuales son la razones que hacen que los mercados financieros desaparezcan oportunamente para que los bancos centrales (FED en los EEUU, BCE en la UE) le presten plata directamente a las grandes empresas.

Mientras tanto, –con la notable excepción de Gran Bretaña y la Old Lady, el Banco Central de Inglaterra–, los Estados deben financiarse ante la banca privada.

El mercado… ¿existe? ¿O es un truco de magia que aparece y desaparece según el cliente?

Globalización

La apertura de las fronteras a todos los productos venidos de afuera, y una estrategia de crecimiento basada en la exportaciones llevada al paroxismo –incluyendo la firma de TLCs hasta con la Cochinchina– era el símbolo de la modernidad moderna y modernizante.

Quien osase criticar ese jueguito asimilable a la ruleta rusa solía ser calificado ipso facto de arcaico y otros epítetos menos amables. Hasta que la necesidad de mascarillas se hizo tan evidente y dolorosa que hubo que pretender que son inútiles. Como inútiles son los tests de diagnóstico del coronavirus visto que no solo no hay, sino que tampoco habrá hasta dentro de un plazo que se está haciendo sospechosamente largo. Las estrategias de lucha contra el coronavirus fueron dictadas mayormente por el hecho de encontrarse en cutis.

Tú ya sabes: cuando no se controla nada de lo que acontece, hay que fingir ser el organizador del despelote.

Las grandes potencias se dieron cuenta rápidamente de que todo lo necesario para hacerle frente a la crisis sanitaria viene de China, o en su defecto de la India. En otras palabras, que su propia industria, esa que con tanto ahínco habían desplazado a los países de salarios bajos, estaba fuera de alcance.

Emmanuel Macron, ese mediocre adalid de la globalización, el individualismo y el libre mercado, osó afirmar:

“Los mercados están bajo alta tensión ante un incremento desmedido de la demanda”. No… ¿en serio?

Una forma como otra de desligarse de toda responsabilidad. Que durante casi siete años –como consejero económico del presidente Hollande primero, ministro de Finanzas luego y como presidente después–, haya contribuido notablemente a saquear los presupuestos de la Sanidad Pública es algo que no le roza siquiera el ego.

Que su actividad en el Banco Rothschild –antes de entrar en política– haya estado ligada a la venta al mejor postor de la industria gala es algo que ya olvidó.

De ahí que resulte espectacular escucharle afirmar que hay que retro-pedalear en materia de Salud Pública, que “la Salud debe quedar fuera del mercado” (sic), que hay que recuperar la soberanía industrial en todo lo que toca a los productos sanitarios… Que hay que aumentar la inversión pública en salud. ¿Cuándo? Algún día, una vez pasada la crisis. Ya se verá.

Macron no es el único. Trump trompetea más o menos lo mismo del otro lado del Atlántico. ¿Cómo es posible que la primera potencia del mundo no sepa ni siquiera fabricar pinches mascarillas sanitarias? Con la diferencia que a Trump la sanidad pública le toca una sin mover la otra. Si hay algo que se la trae floja es la seguridad social. Pero Donald se presenta como el restaurador de la grandeza perdida y del Made in USA.

De ahí sus órdenes a la industria yanqui, acompañadas de amenazas, de fabricar reactivos, medicamentos, blusas, mascarillas, guantes y de un cuantuay en los EEUU. Ahora bien, eso equivale a intentar desviar al Titanic en un santiamén para no tocar el iceberg. Desafortunadamente para él, los procesos productivos no se manejan como el cañón de un tanque, capaz de girar, levantarse o bajar en segundos. Hay toda una cadena que va desde las materias primas a los insumos intermediarios, de las herramientas a la maquinaria más sofisticada, de la formación de personal especializado a las pruebas de laboratorio y a la homologación de cada producto, para no hablar del transporte de todo eso, que no se improvisa en una semana.

Para más inri, la doxa en la materia impuso hace décadas el trabajo en flux tendusjust in time, o justo a tiempo, habida cuenta que los financieros determinaron que los stocks cuestan caro: almacenar reservas encarece el producto final, de ahí que todo se compra y se transporta en el minuto en que debe entrar en el proceso productivo.

Detalle menor: todo, o casi todo… viene de China, que no es precisamente el vecino de al lado. Y que, dicho sea de paso, paralizó su propia industria durante meses para hacerle frente al coronavirus.

De un golpe las eminencias de la globalización se dieron cuenta que les flux tendusthe just in time, o el justo a tiempo, es una trampa mortal.

La veleidad de reconstruir la industria nacional llegó hasta… Chile, en donde un ectoplasma llamado Alan García, director de Sofofa Hub, proclama a todos los vientos:

“Hay modelos de ventiladores que ya están en testeos avanzados”. No… ¿en serio?

Cualquiera de estos días reabren Mademsa y Madeco, la industria del cuero y el calzado, Paños Oveja Tomé y los fideos Gandulfo de San Fernando.

Ya puestos, –en medio de una crisis no previsible, que además no previeron (los muy proactivos…), y que para decirlo claramente les succionaba una–, los líderes mundiales abominarán la globalización, cantarán loas a la fabricación nacional, estimularán el retorno de alguna industria (no mucha) al territorio nacional, y seguirán tan inmunes como siempre a los intereses de sus pueblos.

¿La globalización mostró ser una espada de doble filo? Sí, por cierto, pero la de dividendos que ha dado… La de lucros atesorados…

El capital, en la materia, no es dogmático. Hace suyo el aforismo alemán que dice:

Wo mir es gut gehen… Das ist meine Vaterland…

Este desastre mega-galáctico generado por el neoliberalismo y el gran capital no les impedirá disfrazarse una vez más para reaparecer en versión S Pro 5.0, con pantalla panorámica y memoria en terabytes.

Delante de esa amenaza… el coronavirus es una suerte de Spectre de utilería.

Luis Casado
Luis Casado
Ingeniero del Centre d’Etudes Supérieures Industrielles (CESI – París). Ha sido profesor invitado del Institut National des Télécommunications de Francia y Consultor del Banco Mundial. Editor de Politika, ha publicado varios libros en Chile y en Europa, en los que aborda temas económicos, lingüísticos y políticos.

 

Fuente: kaosenlared.net