El aprendizaje es una experiencia continua, por eso, ponerle energía al estudio no es descabellado, sino necesario.

Vivimos en una lógica del esfuerzo como medio para conseguir algo; como una herramienta que –de usarla– me lleva a alcanzar un bien que vendrá en el futuro. Por esa razón, nos cuesta esforzarnos o valorar el esfuerzo. Un paso sería preguntarnos cómo podríamos ver el esfuerzo como un acto autónomo, que sea algo propio de cada uno y que no busque lograr o alcanzar un fin determinado. El esfuerzo es premiado por un fin supuestamente mayor. Pero no se valora el esfuerzo en sí mismo, sino la experiencia de esforzarse.

No se aprende por la nota, sino por la emoción que produce aprender, dar con nuevas ideas y asociaciones. Ahí radica la satisfacción más profunda, y nos estamos perdiendo de eso por poner énfasis en lo cuantificable solamente.

-Tenemos que convencernos de que el aprendizaje es un continuo, una experiencia que no se rige por al calendario. No se acaba en ningún mes del año.